nos emociona, nos evoca, nos conmueve, nos asombra,... pero también nos inquieta e incluso aparece como una fuerza que amenaza con desolación, dolor y muerte. A veces se percibe también la mirada de indiferencia al lenguaje de la creación o incluso la mirada abusiva, amenazante y depredadora.
Muchos han sido los hombres que a lo largo de la historia han sabido leer el testimonio perenne que Dios ofrece de sí mismo en la creación. Dios les hablaba en la creación; Dios se decía en la creación.
“Pregunté a la tierra, y me dijo: ‘No soy yo tu Dios’; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos..., y me respondieron: ‘No somos tu Dios; busca por encima de nosotros’. Pregunté a las auras, y el aire con todos sus moradores dijo: ‘Se equivoca Anaxímenes; yo no soy tu Dios’. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas, y me dijeron: ‘Tampoco somos nosotros el Dios que buscas’. Y dije a todas las cosas que rodean las puertas de mi carne: ‘Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de Él’. Y exclamaron con gran voz: ‘Él nos hizo’. La pregunta fue mi mirada; su respuesta fue su belleza”.
En esa línea uno de los grandes teólogos contemporáneos señalaba la posibilidad de encontrarse con Dios en la belleza de las realidades creadas: “El encanto, que pueden irradiar las criaturas a causa de la inmanencia de la gloria de Dios, pone en ellas una promesa que es una directa manifestación de Dios. Dios habla desde ellas, a través de ellas; Dios atrae hacia sí a quien las contempla; Dios se asoma, por así decirlo, por estos ojos del mundo a mirar directamente al que está extasiado ante la belleza de las cosas”.
Pero hay ocasiones en que la mirada humana sobre la creación no es capaz de nombrar adecuadamente lo que ve. A veces, incluso no va más allá de lo que se ve, hasta el punto de que las realidades creadas nos envuelven y apresan como si fuesen lo absoluto y, en lugar de darnos alas, nos limitan. Más aún, como señaló Benedicto XVI, las miradas sobre la creación pueden ser tan negativas que alejen de Dios, porque “un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de inocentes y tanto cinismo de poder, no puede ser obra de un Dios bueno”.
Por ello, en esta circunstancia, urge la mirada que descubre el testimonio perenne de Dios en la creación, urge compartir la mirada de Jesús sobre ella. Se trata de una mirada que sabe de los gemidos y los dolores de parto a los que la creación de Dios se ha visto sometida (cf. Rm 8, 22) y, por ello, se alinea en contra de todo lo que oscurece o profana la creación del buen Dios: cura, consuela, da de comer, devuelve la vida,... Pero Cristo nunca vio la creación como una realidad satánica o un entorno exílico. La creación es el hogar que Dios ha preparado para relacionarse con los hombres como amigos, para que los hombres crezcan y maduren como hijos de Dios en un itinerario hacia la plenitud.
El cristiano ha aprendido de su Señor, de la mirada de Cristo, que la creación, transida aún por el sufrimiento y el dolor, no debe ser demonizada; más aún ha aprendido de la mirada de su Señor a descubrir en la creación la bondad y la belleza de Dios: “Observad los lirios del campo...; ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos” (Mt 6, 26. 28-29). Incluso la mirada sobre lo inacabado y lo roto, nos habla de una plenitud anhelada y prometida que colmará el corazón del hombre y que se inició con el cielo nuevo y la tierra nueva inaugurados en la humanidad gloriosa de Cristo, celebrada en la Eucaristía donde el pan y el vino, en su humildad, son transformados por el Espíritu en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. A esta luz podemos descubrir el glorioso destino hacia el que camina la creación aunque todavía gima y sufra con dolores de parto. Como enseñaba san Juan Pablo II, “la belleza... es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro”.
Con las acuarelas pintadas por una hermana de Iesu Communio y acompañadas de un breve mensaje queremos ayudar a recuperar la mirada de Jesús sobre la creación. Es un intento por ayudar a leer en “el libro de la creación”, porque “el mundo... es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (Papa Francisco). Detrás de cada criatura hay una palabra y un don, improntas de Dios.
“Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si algo odiases, no lo habrías creado” (Sab 11, 24).