Los primeros cristianos, que vivían como una comunidad unida y solidaria en la vida, quisieron expresar esa comunión incluso más allá de la muerte. Recurrieron al uso de las catacumbas como lugares de enterramiento subterráneos donde compartían el sueño de la muerte hasta el día de la resurrección. Los enormes kilómetros de galerías subterráneas se llenaron de símbolos como el pez, el ancla, la nave salvadora que hablaban de Cristo, el buen pastor que conduce a fuentes tranquilas y a pastos llenos de vida, y de testimonios de fe en Dios y en Jesucristo:
“Creyó en Cristo, vive en Dios” - “¡Que vivas en mi Dios y en Jesucristo!” - “¡Que vivas entre los santos!”
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