El Señor es mi fortaleza | Caja peces y anzuelo - SIM-1-c01
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'El Señor es mi fortaleza'. (Sal 18). Caja de madera natural grabada con la imagen del pez y el ancla y la frase del Salmo 18: 'El Señor es mi fortaleza'.
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Dimensiones: 20 cm x 15 cm x 6 cm
'El Señor es mi fortaleza'. (Sal 18). Caja de madera natural grabada con la imagen del pez y el ancla y la frase del Salmo 18: 'El Señor es mi fortaleza'.
El pez y el ancla
Muy pronto, entre los cristianos, la imagen del pez se llenó de evocaciones y mensajes en clave. Pez en griego se decía ΙΧΘΥΣ. Las letras de esa palabra acabaron por ser un acrónimo mediante el cual los seguidores de Cristo profesaban su fe: Ι (Jesús), Χ (Cristo), ΘΥ (Hijo de Dios), Σ (Salvador). De esta manera respondían a la pregunta que Jesús no deja de formular: “¿Quién decís que soy yo?”.
El pez se alzaba además como una especie de profesión de vida. Muy pronto un cristiano del norte de África confesaba que se sentía un pececillo como nuestro Pez, Jesucristo, porque nacemos en el agua del bautismo y nos salvamos permaneciendo en el agua del Espíritu. Los que morían elegían como epitafio la siguiente invocación: ¡Pez de los vivientes! ¡Pez de los que viven para siempre!
Con ello recordaban además la Eucaristía, medicina de inmortalidad, como se recuerda en otro epitafio: “El Pez grandísimo (= Cristo) que la Iglesia toma y lo da a comer a sus fieles amigos con un excelente vino que ofrece con pan” (Epitafio de Abercio, finales del siglo II).
Y la seguridad que les ofrecía esa medicina de inmortalidad la expresaron con los peces en torno al ancla que les hablaba de salvación tanto en el puerto como en medio de la tormenta en alta mar, porque Cristo fue “el Pez que primeramente resucitó de entre los muertos” (san Zenón de Verona). Y gracias a su cruz, la prueba del amor incondicional de Dios por su creación, se ha convertido en el ancla segura y firme capaz de proteger en las vicisitudes de la travesía de la vida y de la muerte y de dar firmeza en la esperanza hasta entrar un día en el interior del mismo misterio de Dios (cf. Heb 6, 19-20).
“¿Y qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos, sino esto: una sólida ancla para su vida?” (Benedicto XVI).